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viernes, 28 de septiembre de 2012

El Vigilante del Cementerio



Caminamos entre caminos arbolados que ofrecían una acogedora sombra entre las fragancias de las flores silvestres que crecían por el lugar, y que en ocasiones nos ocultaba el cielo y en otras nos lo mostraba, así como el caminar de las nubes en el cielo que, poco a poco, parecían querer encapotarlo, anunciando que muy lentamente, muy despacito, llegaría la tormenta, y con ella la lluvia que regaba aquellas verdes y fértiles tierras. Tau, como siempre, jugueteaba a lo lejos, persiguiendo a conejos y liebres, u olfateando rastros de los animales de la campiña y pequeños bosques que íbamos pasando.Caminábamos  en silencio. Cada uno con sus propios pensamientos y meditaciones. Los mios, no dejaban de dar vueltas a la pregunta que me hizo Jais el día anterior en el refugio de Villafranca. Pensaba en el cuento, y la intriga y curiosidad no se hizo esperar más. Rompiendo el silencio de nuestro caminar y pensamientos le comenté al profesor la historia que me contó Jais sobre el niño y los monjes y cómo seguía la historia de aquel niño que se hizo monje, y... ¿despúes....?


-….... Te veo muy interesado en la historia que te contó Jais del niño y los monjes franciscanos, pero antes de acabar de contarte esa historia déjame que...
    • Perdone que le interrumpa, profesor, pero es que si me cuenta otra historia distinta puede que le pierda el hilo. La verdad es que me tiene muy intrigado, y me gustaría preguntarle unas cosas sobre...
    • Perdona que te interrumpa yo, mi impaciente amigo Andoni. Antes de seguir con esa historia en al que tanto empeño pones en saberla completa, ¿por qué no pones el mismo ímpetu en contestarte a ti mismo? ¿Que niño eras o eres tú?
Como siempre, el profesor me dejaba desarbolado. ¿Viajaba por mi interior?, ¿o leía mis pensamientos?, ¿o acaso entre Jais y él me estaban gastando una broma? Por más que le daba vueltas no sabía ciertamente que pensar, pero una cosa era cierta ¿qué niño era o soy de los dos? Una pregunta que me tenía que contestar a mí mismo antes que todas las demás. No dándole más vueltas a la cabeza me dispuse a escuchar otra de las instructivas y misteriosas historias del profesor.
    • Sabía decisión. Un tal Pipo...eh, epido.... no...esto....
    • Edipo, profesor.
    • ¡El mismo!, dijo que Dios nos dio dos orejas y una boca, para escuchar dos veces y hablar una. ¿Sabes que una vez fui vigilante de un cementerio?
    • ¿De un cementerio? Esta si que es buena.
    • Sí, como lo oyes, de un cementerio. No debes de temer los cementerios. En ellos solo hay muertos, aparte del vigilante, claro, que esta vivo. Es a los vivos a quienes hay que temer, los muertos pasaron a mejor vida y ninguno vuelve, ¿o acaso conoces alguno que volviera? Ya veo que no. Te cuento, veras, serian las tres de la mañana en mi tranquilo cementerio cuando unas voces me despertaron de mi sueño. Eran unas voces de mujer, y en eso que apareció la dueña de esas voces. Decía cosas extrañas que, sinceramente, me ponían los pelos de punta por la forma en como las decía, al igual que si estuviera recitando antiguos ritos milenarios de culturas milenarias olvidadas en las noches de los tiempos.
    • Por sus ropas y aspecto, parecía una de esas santeras que realizan ritos y curaciones. Detrás de ella le seguían en fila india tres personas que caminaban en silencio. Se detuvieron en el claro que había enfrente de los soportales de la pequeña iglesia en la que dormía. La santera comenzó a realizar gestos extraños que acompañaba con gruñidos y pequeños aullidos, semejantes a los de los lobos. Hasta Tau le acompaño con sus aullidos como si estuvieran espantando a la misma muerte en un dúo de los más tenebroso. Sin embargo, la santera y sus acompañantes parecían no sentir nuestra presencia. Asustado, tranquilice a Tau en sus lastimosos aullidos y seguí observando en completo silencio. Cuando la santera pareció acabar sus ritos, dibujo en el oscuro suelo de cemento del centro del claro con tiza blanca, un rectángulo con un círculo en su centro. Con gestos indicó a sus acompañantes que se colocaran cada uno de ellos en una esquina del rectángulo que había dibujado en el suelo. Con la claridad de la luna, esa noche era noche de luna llena, pude ver mejor los rostros de los acompañantes. Una era una mujer de una belleza extraña y cautivadora, con una larga melena suelta, y negra azabache que destellaba con la luz de la luna. Unos de los hombres parecía ser un anciano entrado en años, de largas barbas y cabellos plateados, algo encorvado, pero que transmitía una extraña y sutil vitalidad para la edad que aparentaba. El otro parecía ser un muchacho de no más de la veintena de años, espigado, de rubios cabellos color oro y con el rostro totalmente desencajado, semejante a una caricatura, con esa mirada ida que diferencia a los taraos de los cuerdos. Sus movimientos estaban dominados por continuos tics nerviosos y toda una galería de gesticulaciones corporales de lo más variopintas. En ocasiones se reía. Se reía con una risa de loco que más parecía un endemoniado que alguien que esta en sus cabales. Yo no decía ni palabra, ni tampoco me atrevía a decir nada de nada. Solo miraba a aquellas personas sin comprender nada de lo que estaban haciendo.
    • La santera se colocó en la esquina que quedaba libre del rectángulo y extendió sus brazos en cruz, comenzando a musitar extraños ritos. Al poco, los otros también extendieron los brazos en cruz y se unieron a los ritos de la santera que recitaban todos a la par. Los ritos comenzaron a subir de tono, y pronto aquello se convirtió en un amasijo indescifrable de gritos, jadeos y escupitajos que lanzaban al círculo central del rectángulo cada vez que giraban sobre si mismos. Ante semejante espectáculo, mi primera intención fue salir de allí a toda pastilla, pero algo me retenía. Sentía que no había maldad, sino que esa misma maldad iba a ser eliminada...
    • Perdone profesor...- Interrumpí.- pero ¿cómo se puede sentir la maldad? Por lo que cuenta más bien parecían una panda de taraos a los que les gusta salir en las noches de luna llena e ir a los cementerios para explayarse en sus locuras.
    • ¡Ah! Eso mismo es lo que pensaría y diría un profano, pero no para quien “¡Sabe!” y “¡Siente” el verdadero significado de la maldad.
    • Creo que me he perdido.
    • En otro momento te explicare esa cuestiones. Ahora deja que continué contándote. Como te iba diciendo seguí en el lugar observando en completo silencio el transcurso de los acontecimientos. De pronto, todos se pararon a la vez, sincronizados. Si antes todos esos jadeos, gritos, escupitajos y ritos eran inquietantes, todavía lo era más el silencio que se impuso. Hasta las criaturas nocturna callaron. La santera, que vestía una raída capa a cuadros blancos y negros, y ropas rojas de gastado uso, señaló en silencio al muchacho que parecía estar tarado y le dijo:
    • “Camina hacia el centro del círculo y colócate en su centro” El muchacho se dirigió al centro del círculo caminando torpemente y riéndose. Su risa se asemejaba a una risa de placer, que aliñaba con gestos babeantes de igual guisa. Una vez en el centro del círculo la santera le ordenó con firmeza: “Vas a hacer exactamente lo que yo te diga” Al punto la santera comenzo a realizar una respiración sincronizada que acompañaba con guturales gemidos y largos aullidos. Y amigo Andoni lo que pasó después, si que me asustó de verdad.
El profesor calló, como si de repente su alma y pensamientos hubieran marchado a otro lugar. Caminaba como si su cuerpo estuviera vacío de todo pensamiento, sentimiento y alma.
En un principio me asuste. Llegué a pensar que al profesor se le había ido la pelota con aquella historia. Quise animarle a que continuara con la historia, pero no hizo falta. El profesor, con voz grave y clara retomó el relato:
    • La santera, pensado yo que ignoraba nuestra presencia, se giró hacía mí, y me clavó su mirada. Era una mirada potente, fría, de unos ojos muy claros que brillan intensivamente y que sentía como me calaba hasta las profundidades de mi alma. De pronto alzó una de sus manos y con gestos le indicó a Tau que se acercara a ella. Tau se irguió, adoptando una posición de ataque, gruñendo amenazadoramente. Al verlo así, en esa postura, con los pelos de su lomo erizados y amenazadora mirada, le llamé. No me hacia caso. Parecía no oírme. Quise retenerlo, pero cuando reaccione Tau ya se dirigía hacia la santera. Me temí lo peor y que aquello acabara en una desgracia. Ya conoces a Tau. Pero cual fue mi sorpresa al ver como Tau, a pesar de su amenazadora actitud, se acercó a la santera ý se dejó acariciar mansamente. Con un gesto le señaló la esquina que anteriormente ocupara el muchacho tarado, Tau, obedientemente, se dirigió hacia la esquina y se sentó en ella con sus cuartos traseros. Poco a poco comenzó a aullar. Aullaba como nunca antes lo había escuchado aullar. La santera, la bella mujer y el anciano comenzaron a aullar también, aparejando sus aullidos con los que lanzaba Tau a la luna llena. Y por encima de los aullidos se escucho perfectamente las ordenes que le daba la santera al muchacho del circulo:
    • “¡Escupe al sur!, ¡auuuuu!, ¡escupe al oeste!, ¡escupe al norte!, ¡escupe al este! ¡aaauuuu!
    • No se cuanto tiempo estuvieron de esa guisa. Si fueron segundos, minutos, horas... o tan solo un instante. Aullidos, ordenes, y el muchacho que cada vez que recibía una orden, escupía hacia el punto cardinal indicado, girando y girando sobre si mismo en el interior del círculo. Se reía, ahora lloraba, después aullaba, seguidamente gruñía como una bestia salida del Hades, volvía a llorar... Toda una sinfonía de gestos, gritos y aullidos que hacían estremecer las profundidades de mi ser. En la cumbre del éxtasis de aquel infernal rito, la voz de la santera trono por encima de aquel alboroto incomprensible de aullidos y lenguas que jamas escuché, como si fuera el mismísimo Dios de Los Truenos: “¡¡¡Escupe a los cuatro puntos cardinales, AHORA!!!
    • El muchacho rugió como una bestia a la que hieren de muerte y sabe que su fin está cerca, y entre espesos espumarajos blanquecinos que salían a borbotones de su boca, cayó de rodillas en el duro suelo de cemento. Quedó inmóvil, como si de repente se hubiera convertido en una estatua de piedra. Su gemidos poco a poco fueron reduciéndose hasta quedar completamente en silencio. Nadie hablaba, ni aullaba, ni decían nada de nada. Hasta Tau dejó de aullar. Nadie se movía, inclusive la leve brisa nocturna dejó de moverse. Y entre aquel espeso y tétrico ambiente, el muchacho levantó la cabeza mostrando su rostro a la claridad de la luna. Miró a la santera, como extrañado, y luego a la mujer y al anciano, a los que les sonrió. De sus ojos brotaban abundantes y silenciosas lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Anciano y mujer se dirigieron al muchacho, y los tres, de rodillas, se fundieron en un abrazo, sollozando de alegría. La santera los observaba en silencio, hasta que se levantaron, y ayudando al muchacho a incorporarse, partieron los tres, no sin antes dirigirles una mirada de profundo agradecimiento y respeto a la santera...
    • Perdone, profesor, con todos los respetos, pero estás es la historia más fantástica que nunca me contaron y de difícil credibilidad ¡ja, ja, ja!, ¡ejm!, disculpe pero es que no he podido remediarlo.- Interrumpí al profesor reprimiendome la risa, que se me hacia imposible retenerla, por no faltarle el respeto y se lo tomara a mal.
El profesor me miró, y con el semblante muy serio me dijo:
    • Aunque estas tierras son bellas y hermosas, de buenas gentes, también son tierras que albergan misterios y conocimientos olvidados por la ciencia de los hombres.
    • ¡Claro, claro!, pero es que más parece un cuento para asustar a los niños, que... bueno... digamos que algo real y que presenció cuando era vigilante del cementerio.
Le contesté respetuosamente entre risas que casi no podía impedir que fluyeran.
    • Pues no es un cuento para asustar niños, ni tampoco para que ignorantes como tú se mofen de ellas.
    • ¡Venga, profesor! No se enfade. Total si soy un ignorante que los dioses de estas tierras mágicas me fulminen con sus rayos.
Le dije al profesor entre risas y alzando los brazos al cielo simulando implorar a los dioses. De pronto un relámpago intenso, brillante, rasgo el cielo con sus recortada silueta, iluminando por un instante el ambiente con una luz blanquecina eléctrificada. Apenas se había difuminado el resplandor del relámpago cuando el trueno se dejo oír con tal estruendo que instintivamente realicé un cuerpo a tierra de los más ridículo, ocultándome la cabeza entre los brazos.
    • ¡Ostras! ¡Que no hablaba en serio, solo era una broma!
Fue lo único que pude decir casi sollozando lastimosamente.
El profesor me miró y soltó una risotada que intesificó todavía más mi sentido del ridículo.
    • ¡Ja, ja, ja, ja! ¡No seas asno, Andoni! ¿no te has fijado que el cielo se ha encapotado y que si no aligeramos el paso nos va a caer una que nos calará hasta los huesos?
    • ¡Sí, claro! Solo actuaba ¡je! De pequeño quería ser actor.
Le dije estúpidamente mientras me levantaba del suelo con el rostro colorado como la grana por la vergüenza. Me sacudí el polvo y la tierra que se me había pegado a las ropas me fui en pos del profesor que ya había alejado unos metros. Cuando llegué a su altura le pregunté:
    • ¿Y qué pasó después? ¿Quíen era esa santera? ¿Y el muchacho, que tenía? ¿Y por qué Tau reaccionó de esa...?
    • ¡Valla! Para ser un cuento que solo es para asustar a los niños, te interesas demasiado.
    • Bueno, vera... Perdone por burlarme de sus historias, pero es que suena tan irreal que es difícil de creer.
    • Es normal. Te gustaría saber que ocurrió después, ¿verdad?
    • Pues sí.
    • Solo te diré una de las cosas que me dijo, bueno dos: una, que todo aquel ritual que realizó la santera era para, y aunque te suene a cuentos chinos, para sacar del muchacho el espíritu de un muerto que lo atormentaba hasta la saciedad.
    • ¿Y la otra?
    • Que en uno de mis caminos encontraría a alguien al cual le gustaba ser mucho un “actor”, desde pequeño. Que casualidad, ¿no decías que desde pequeño querías ser actor? La verdad, dones y talento no te faltan. Ya me contaras algún día tus “interpretaciones”, ¡ja, ja, ja!
    • ¡¡¿........?!!